"...toda persona que lucha por la Justicia,
que busca reivindicaciones justas en un ambiente injusto,
está trabajando por el Reino de Dios"
(Monseñor Romero).
Este país centroamericano, conocido como “el Pulgarcito de América”, está regado con la sangre de mártires y profetas que siguen arrojando luz para el camino, no sólo para los y las salvadoreñas, sino para el mundo entero.
Nuestra presencia la desarrollamos en una única comunidad, en uno de los barrios más empobrecidos de su capital San Salvador: La Chacra. Este barrio es conocido por la presencia de las maras que atemoriza diariamente a su población, haciéndola vivir bajo sus leyes. Desde esta presencia experimentamos muy vivamente al Dios Encarnado en este país, que tiene rostro de niño/a, joven, migrante, mujer vendedora de pupusas…
Dios nos desafía en El Salvador a testimoniar y hacer creíble el Evangelio y el proyecto de Jesús desde las claves de la paz, la reconciliación, la justicia y la reparación. A menudo recordamos la frase que Luz Casanova pronunció después de la guerra - “volveremos a empezar”-, pues creemos es imprescindible recomenzar y volver a tener fe cada mañana, para podernos mirarnos a los ojos como hermanos y creer en las posibilidades ocultas de cada persona, a pesar de las heridas.
El Salvador sabe de caídas, pero El Salvador también se levanta. La sangre de sus mártires es estímulo para la construcción del presente y del futuro. Damos gracias a Dios por todo lo que este país nos regala: “Te doy gracias, Padre-Madre, porque has ocultados estas cosas a lo sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla…” (Mt. 11, 25)