Mi país, ahora lo comprendo, es amargo y dulce;
mi país es una intensa pasión, un triste piélago,
un incansable manantial de razas y mitos que fermentan;
mi país es un lecho de espinas, de caricias, de fieras,
de muchedumbres quejumbrosas y altas sombras heladas;
mi país es un corazón clavado a martillazos (…)
(Sebastián Salazar Bondy- Todo esto es mi país)
Cada aniversario patrio es el tiempo propicio para sentirnos orgullosos de ser peruanos, de su diversidad cultural, de sus danzas, de su gastronomía, de su flora y fauna, de sus lugares históricos, etc. pero el Perú es mucho más, mucho más de lo que asociamos a un sentimiento patriótico que por este tiempo, en el día a día, anda bastante minusvalorado.
La realidad peruana nos desafía casi permanentemente, diríamos cíclicamente, ahora en el contexto de los primeros años del bicentenario (202 años) la lucha continua como otrora cuando aún no se proclamaba la independencia. Los gritos de libertad surgen desde las cumbres, los andes gritan justicia, mientras nuestra clase política está lejos de escuchar estas voces, por el contrario, aunque proclaman el dialogo, solo se escuchan entre ellos. El precio de este no dialogar, no escuchar, ha sido muy alto, más de 70 muertos desde diciembre del 2022.
Pareciera que nuestra historia estuviera marcada por la lucha continua, nada se nos ha regalado, nada, cada logro ha supuesto una lucha, dura lucha. Luchas, que dentro de todo revelan siempre la gran resistencia de un pueblo que no se deja arrebatar la esperanza.
Desde nuestro ser cristianos, no podemos ser indiferentes, no podemos concebir que esto no nos afecte, nos sentimos cuestionados y a la vez llamados a sostenernos unos a otros para no dejarnos arrebatar la esperanza (como nos dice el Papa Francisco) y recuperar la voz del pueblo y la democracia.
En medio de todo surge la pregunta ¿Celebra Perú?, respondo ¿cómo celebrar si hay dolor en el corazón?, hay desolación y muy poca consolación, se han abierto heridas como zanjas oscuras, claman y exigen ser curadas, hay que curarlas. Y a pesar de todo, seguimos entonando, cada palabra de nuestro himno: Somos libres, seámoslo siempre, por encima de tanta exclusión entre hermanos, por encima de quienes tienen el poder y hacen mal uso del poder que el pueblo les ha confiado, como afirma el Papa Francisco: “(…) política que ejerce el poder como dominio y no como servicio no es capaz de preocuparse, pisotea a los pobres, explota la tierra y afronta los conflictos con la guerra; no sabe dialogar" y se reparten la patria haciéndonos sentir y creer que no es nuestro:
Mi país es tuyo
mi país es mío,
mi país es de todos,
mi país es de nadie, no nos pertenece, es nuestro, nos lo quitan (…)
(Sebastián Salazar Bondy- Todo esto es mi país)
Aunque pareciera una utopía, el Papa Francisco plantea que (…) todo buen político (…) debería preguntarse periódicamente: "¿Cuánto amor he puesto en mi trabajo? ¿Qué he hecho por el progreso de mi pueblo? ¿Qué huella he dejado en la vida de la sociedad? ¿Qué vínculos reales he creado? ¿Qué fuerzas positivas he desencadenado? ¿Cuánta paz social sembré? ¿Qué bien logré en el cargo que se me confió?", lamentablemente, nuestra clase política, está lejos de auto cuestionarse, de auto reflexionar.
A pesar de tanta tormenta, tanta incertidumbre, no basta con rezar y esperar, nos debemos el tiempo de trabajar hoy para construir un futuro con esperanza. Nos urge nuevos tiempos para sembrar nuevos ciudadanos que vivan y ejerzan una política "alimentada" por la ternura y la fecundidad.
En política, la ternura es el valor de permitir que "los más pequeños, los más débiles, los más pobres" nos lleguen al corazón (…). "De hecho, tienen 'derecho' a apelar a nuestro corazón y a nuestra alma" (Papa Francisco, 2023). Queremos confiar que la oscuridad siempre es vencida por la luz, que vendrán nuevos tiempos, que ya no nos traicionaran y nuestra voz será escuchada y la vida triunfará de la mano de la justicia.